martes, 5 de abril de 2011

De los relatos del Pervertido (1)

No recuerdo el clima, estaba todo transformado ante mis ojos, un poco acelerado, y las sensaciones eran horas sin tiempo, ni edades.
Cuando se abrió la puerta sentí como mi saliva se hacía densa, como el semen de las mañanas; tuve que llegar al final de la sala, ir detrás de ella, que se paseaba como guía de burdeles sin vergüenza meneando el culo  como cola de demonios mentales. Ahí me siento más seguro.
Al pasar el marco de la puerta, mi transformación fue inminente, aunque ni ella ni yo mirábamos mis uñas salir, estaban ahí, acechando a la presa: pequeña liebre en sepia trasnochada, con dueño.
El silencio de los pequeños pasos se rompió cuando se detuvo y dijo: “Métemelo duro”
Abrió lentamente la boca este lobo, los ojos enrojecidos,  y de la cueva saltó y llegó a meterlo seco y caliente, duro, al salir, mojado he hirviendo entre esos fluidos ansiosos de más sensaciones.
Mis uñas, si, esta vez, penetraron en sus 186 meses de vida, que parecen un largo camino de experiencias, pero a esa edad los vellos son tímidos, todavía bajo el paraguas de la torpe inocencia. El morbo no dio nombre sino destajos de babosos y silenciosos “mas, más, dame más”como si esa pequeña liebre se hiciera una enorme bestia con gemidos hambrientos.

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