viernes, 29 de abril de 2011

El escape

-Seamos extraños, le dije.

Comenzó a besarme y levantó el vestido rosado que llegaba por debajo de mis rodillas. Para hacerle más cómodo me di vuelta, y él podía apreciar mis caderas y los lunares de espalda.
Bajó mi ropa interior, y tardó un poco, (pensé) y finalmente asumí que era el acto de los segundos del preservativo, pero mientras lo esperaba desprevenida, él lo  metió sin aviso alguno.

Fue fácil, yo estaba excitada, lo estaba desde el mismo momento en que  salí por la ventana. El tiempo era aliado o enemigo. Me había escapado.
Mis labios vaginales hinchados como globos de ferias hacían fricción en su pene que entraba suave y salía con delicadeza.

-Hazlo duro, tómame por el cabello- le dije.
El sonrió, creo, o al menos escuché un sonido parecido a eso.

De pronto se hizo animal, arrancó el sostenedor de mi cabellera larga, y a esta la enrolló en su mano; eso hizo que a la vez penetrara más, parecía que había más profundidad cuando me jalaba el cabello.

Mis ojos se hacían blancos,  todo iba rápido, y fuerte, muy duro.

Yo abrí más las piernas para que fuera cómodo. Mi rostro estaba hundido contra la pared, pero la pared parecía de algodón que raspaba, me ardía. Llevaba ritmo el dolor y el placer.

El mientras tanto seguía su danza y yo olvidaba como mi mejilla se enrojecía.

De pronto lo dejó más adentro, sin moverse. Yo sentí como palpitaba su pene dentro de mi vagina y ese movimiento singular de gusano que no se ve, pero se siente fue lo que dio la palabra “acabar”.

Se quedó ahí por unos segundos, pero yo estaba aún en espera. No esperé.

Comencé a moverme, a empujarme hacia el, y llevé mis dedos que se humedecieron entre mis piernas, aún con su pene en mi vagina y comencé a acariciarme. El notó que yo estaba en el momento. Los movimientos circulares de mis dedos sobre mi clítoris esparcían la humedad, y en menos de unos segundos, dejé escapar una carcajada.

-¿Te da risa?- preguntó.
-Es un gesto involuntario de máximo placer.

Creo que él quería seguir, no se bien si fue así, porque de forma brusca me desplacé, mi vestido cayó de nuevo hasta por debajo de mis rodillas. Quedé frente a él y lo besé.

-Amigo, que esto no cambie nada entre nosotros ni lo altere.

Llegó un mensaje a mi teléfono: “Debí hacértelo cuando nos quedamos solos, en el lugar donde nos paramos a ver las flores”

El se fue al baño. Yo abrí la puerta y salí.

Crucé una ventana y tres puertas, la última, la del baño de mi habitación.

“Debí besarte los senos cuando puse mi cabeza en tu pecho, debí desabrocharme el botón del pantalón para sentir tu lengua en mi pene”.
Me senté en el suelo, y brutalmente me masturbé aún con la humedad del acto de unos minutos antes.

Otra risita. Otra risita más. Pocos minutos.

martes, 19 de abril de 2011

Del Instinto Asesino del Pervertido. Una tarde cualquiera

Después de haber vivido toda clase de desviaciones sexuales... (Creo que puedo mentir sobre eso)
Yo no quería hacerle daño. Quería todo arreglado, ser un héroe, llevarla a mi habitación;  pero los semáforos verdes me dan el paso, y los rojos manchan mis zapatos. No era justo, debía seguir.

Esta tarde, cruzando la plaza, los bancos y esa estatua horrible, la gente fumando como si nada, llegué a la parada de mi bus. Entre el ruido de los tipos gritando los destinos, apresurando a las personas a subirse y moverse hacía atrás, como si el espacio sobrara; me doy cuenta de pronto que una niña con camisa azul esta sentada en el puesto de espera de la parada de buses. Ojos verdes, morena de nariz redonda, cabello sin lavar, y un delineador rosado. Y veo una mano acercarse a su pecho: "Mucho gusto". Un tipo de unos treinta años, bajo, de piel blanca. Entonces mi mirada se centró en sus labios y aunque no lograba escucharlo, leía lo que decía "lindos ojos, me gusta como se te ven con ese rosado".

Ella no era linda, pero su mirada lo decía todo, ademas me miraba como pidiendo auxilio. Así que lo miré a él, y comencé a incitarlo. Me senté al lado de ella, hice lo mismo.

Justo caminamos calle abajo, hasta llegar a una de esas avenidas antiguas, solas, que tiene pared para resguardar las residencias de los vagos. Todavía guardaba mi rabia. Ella merecía que lamiera su rostro con calma, pero el merecía que lamiera su sangre. El la seguía mirando, era como un juego para el, y ella buscaba refugio en mi. Pero algo le dijo que no escuché y la vi sonreír.

Dejé de pensar, saqué mi tacón y con mucha fuerza lo llevé hasta la sien de aquel idiota que había robado la atención de la niña solo para el con cualquier tontería de vago, mal vestido. Como no tuvo mucho efecto, tomé una piedra y le di un segundo golpe en el mismo lugar aproximado.

El cayó, yo me concentré en la mirada de ella, hizo de sus ojos un par de faros verdes. Pero, ¿qué era? ¿Le preocupaba tanto la muerte tonta de ese mal viviente? ¿Hice caso a sus súplicas y se preocupa por eso?
Sentí ira y al momento en que quise hacerla caer miré abajo. Ella corrió, no me importó, estaba en estado de euforia. Una mancha de sangre se posaba sobre tacón, no sobre el rostro de ella como quise. Estaba sobre mi tacón. Pudo haber tocado cualquier parte, pero estaba justo a dos militemos por encima de la punta del frente de mi tacón. Se había incrustado en el relieve de la piel que lo hacia brillar. 

Tomé mis lentes color rosa, eché otro vistazo. Efectivamente, maldición!.
Calcé el otro con el que le di el primer golpe. Caminé a la zapateria, por unas siete cuadras. Tomé mis hermosos tacones rojos, los metí en la caja, como unos bebés heridos, que falta de compasión, haberles hecho esa mancha, era un verdadero crimen.
Tomé el bus y me fui a casa.

martes, 12 de abril de 2011

V

Tiene 16 y quiere llevarme a pasear. Yo le invité a mi habitación, pero llegó hasta la esquina. Sus vecinos son mis vecinos. Nadie me vería en esas cosas en una esquina. Estaba oscuro y hace mucho que no colocaban bombillas. Subí la basura y al lado de los desechos estaba ella, ella con sus 16 y sus aventuras arriesgadas. La había mirado antes; vive unas cuadras luego de cruzar la calle.
Inmediatamente mis manos se fueron a sus senos, pequeños. Los apreté fuerte y con mi otra mano sacaba mi verga y le decía "tócalo". Ella miró a su izquierda y luego a su derecha. Mi olor ya se pegaba a su blusa  blanca con flores negras. Bajé un poco y puse mi lengua en su pezón izquierdo. Ella después de pensarlo, con su mirada de chica de 16 me la agarró y con un magnifico arte comenzó a acariciar de arriba a abajo. Era una experta, y yo le sonsacaba a bajarse el pantalón. Había adrenalina. "Méteselo" gritó un tipo que pasó a velocidad. Yo estaba contra la pared y mi verga en su mano a punto.
Salió el vecino de la esquina y se detuvo a mirar quienes eran los de la oscuridad.
Me gustaba saber que la miraban con los senos a media exhibición. Desnudarse a veces no da más morbo. Metí la mano entre sus nalgas. Luego en su conchita, estaba bañada se sangre y la pude saborear.
Ella comenzaba a gemir mientras yo había explotado y dejado el liquido en su mano.
Ella lamía sus dedos y finalmente me hizo apretarla más, los dedos más adentro y con vehemencia lanzó un último gemido.
Sonrió. "Mañana voy a tu habitación, así deba entrar por la ventana", y bajé al mismo tiempo que el vecino que nos vigilaba, con mi mano ensangrentada, como acabando de cometer asesinato.

IV

"Quiero golpearte el rostro..."
Los cruces fueron interminables. La mujer que me veía pasar todos los días a casa, repetía siempre lo mismo   "¿tú no trabajas?". Llevaba aceleradas las piernas, el corazón y hasta el ombligo. Deseaba masturbarme, para consolar el encuentro aquel que me había puesto a temblar.
Ofrecía correas,  lamidas y mamadas heterosexuales y bisexuales. Un par de mechones menos y espirales de sangre en las tetas. Iba caliente, con la fiebre entre mis piernas escuchando Fin de Siècle ( aveces me desnudo con esta canción y termino meneando el culo hasta sudar...)
Entro a la Habitación. Corro al baño. Ahí están los estuches, unas pastillas, unas agujas, el café se quedó hirviendo ¡Maldición! otra vez lo imaginaba todo.
La habitación comenzaba a hacerse sombría, salió un largo tuvo transparente que parecía mojarse al llegar a mis manos. Bajaba mi húmeda ropa interior, con el néctar inicial de la excitación que huele y enamora el sexo como bestia, como perros detrás de las hembras malas que levantan la cola.
El café.... no importa. Tengo que curar esta fiebre. Lo meto a mi boca, lo mojo con mucha saliva, al llegar abajo solo se mezcla con mas humedad que va cayendo hasta el culo.
Lo empujaba fuerte como si quisiera que los labios entraran también con ese extraño tubo de plástico duro y transparente. Los dedos iba a la lengua y mas saliva trabajaba para el clítoris. En el camino de los dedos hasta la entrepiernas caían gotas sobre el pecho que se chorreaban como esperma huérfana.
Tenía el morbo en las sienes, las piernas abiertas, en el suelo del baño.
Cada vez lo metía mas y más, el clítoris se hinchaba como labios picados por abejas. La presión hacía fuerte el deseo de cerrar las piernas. Aumentaba el movimiento y sacaba y metía el tuvo, en el afán de acabar muy rico tomé un objeto que estaba cerca, no logré ver, sentía que podría expandir un poco más y lo metí por debajo. Si estuviera de frente a mi misma mirando eso, a través del tubo transparente podría ver como palpita adentro.
En tres segundo imaginé a ese tipo cogerme por el culo como lo había prometido, adaptándome, enseñándome, haciéndome Eugenia...
Puse los ojos en blanco. Surge esa especie de exorcismo inquietante, sale el demonio del placer. Sale el tubo al mismo tiempo, vuelvo a apretar las piernas, palpita fuerte la vagina. Vuelvo a mirar el ambiente, ya no está sombrío. Se ve la luz encendida, no recuerdo haberla encendido. Logro lavarme, "quiero dormir abrazado a ti"...
¡Mierda! El café

martes, 5 de abril de 2011

De los relatos del Pervertido (3)

Cuando salía de un camino emboscado que da a una avenida, a lo lejos,  del otro lado de la vía, vi una chica de aproximadamente 11 u 12 años de edad. Detallé lo poco que pudo captar mi vista: llevaba una falda pequeña, desarrollaba a penas senos,  era de piel morena y cabello liso; lo llevaba suelto, y era largo, casi a la cintura. De pronto me encontré con el deseo y la imagen de que la violaba en el boscaje.
Soy un Sátiro putrefacto,  hoy día tengo fijación con el acto de violación, es una fascinación incurable que evito y me reservo, estoy en guerra contra esta sensación, pero por placer de ingenuidad me guardo las armas.
Mis fantasías rondaban en mujeres mayores,  pero ya seduje a toda clase de arpías,  Pleyades, Thalias, Medusas y otras deidades de la lujuria y la trampa. Ahora quisiera un ser divino,  prorrumpir fauces de niña a mujer, profanar algún templo púber.  Que no tenga pronunciadas aún las teticas,  que aún estén creciendo. Con poco vello púbico, que se vea así como pelusita mágica, inviolable, áurea, sagrada, como jardín de no pisar, de 12 o 13. De estrecha cintura, que pese poco, que le guste usar faldas de esas con flecos. Humilde de condicón, una de esas nenas de barrio que se la pasa pensando en pajaritos preñaos.
Me aburre recordar las que tuve antes, esas niñas de “platica”.  A veces odio no ser hombre, todos van cayendo así como quiero,  y si fuera hombre, con la edad que tengo, cualquier nena caeria en mi cama  como antes lo hacían.   Ninguna ha pasado de los 16 pero no menos de 14 y tenían el defecto de enamorarse de mi… era hermoso, las veía llorar.   Blanquitas, rellenitas, delgadas con esas vocecitas inocentes,   mas bajas que yo, que miraban hacia arriba.  Me hacía sentir hombre… de buena manera, pero de manera morbosa.
Volveré a pasar por el camino boscoso.

De los relatos del Pervertido (2)

Tu obsesión. Puede desfigurarme, quizás una tarde en la que el suelo se pinte de verde en puntas, negro en raíz. Puede quizás clavar las agujas en mis pezones y deshilacharlos para tejerse el abrigo de la morbosidad, la impaciencia de la sangre en los dientes por el golpe de sudor. Pasear mientras mis cejas se caen, mientras las tijeras de la pudrición queman mis cabellos. Su orgasmo en mi vientre, la lengua de la caricia partida como uñas de niñas violadas, contra el asfalto, con el rostro hundido entre los rastros de perros sarnosos.
Mi otro yo, tu.
Así ahora en este cuerpo poseer, mi permiso, de poseer, enfriarte los pies hasta que los dedos se caigan por gangrena y seguir posesivo, no dejar a los gusanos, así comerlos y masticarlos para tener tu carne dentro de ti. Lamer la enfermedad de mi paladar hambriento, desde el cuello desgarrar el deseo, con las uñas morder tu espalda. Te doy mi permiso, otra vez.
¿Cuantos dedos quieren adentro?
Y los dedos entran hasta extraerte los tragos tomados aquella madrugada en que, con cuatro brazos encima bailaste y con cuatro piernas te ocultaste de mí. Ahora te veo tan sola, tan mía, tan mujer y sensuales rodillas manchadas con pintura de mis labios. Y así los lunares, cortados con hojillas de nuestro recuerdo de bocas en el baño, de manos en el suelo, de posiciones preferidas.

De los relatos del Pervertido (1)

No recuerdo el clima, estaba todo transformado ante mis ojos, un poco acelerado, y las sensaciones eran horas sin tiempo, ni edades.
Cuando se abrió la puerta sentí como mi saliva se hacía densa, como el semen de las mañanas; tuve que llegar al final de la sala, ir detrás de ella, que se paseaba como guía de burdeles sin vergüenza meneando el culo  como cola de demonios mentales. Ahí me siento más seguro.
Al pasar el marco de la puerta, mi transformación fue inminente, aunque ni ella ni yo mirábamos mis uñas salir, estaban ahí, acechando a la presa: pequeña liebre en sepia trasnochada, con dueño.
El silencio de los pequeños pasos se rompió cuando se detuvo y dijo: “Métemelo duro”
Abrió lentamente la boca este lobo, los ojos enrojecidos,  y de la cueva saltó y llegó a meterlo seco y caliente, duro, al salir, mojado he hirviendo entre esos fluidos ansiosos de más sensaciones.
Mis uñas, si, esta vez, penetraron en sus 186 meses de vida, que parecen un largo camino de experiencias, pero a esa edad los vellos son tímidos, todavía bajo el paraguas de la torpe inocencia. El morbo no dio nombre sino destajos de babosos y silenciosos “mas, más, dame más”como si esa pequeña liebre se hiciera una enorme bestia con gemidos hambrientos.

Pervertido y Pervertida

Pervertido o pervertida. Desencajan por igual en la sociedad. Entonces, para que ponerle género, si finalmente la perversión está entre ambos.
Si definir la habitación fue fácil, colores, colchones, condones… (Creo que no los mencioné, pero el sexo debe ser con condón) definir al pervertido es como una mezcla de humos y licores. Llegar al punto exacto de exquisitez podría llevarse algún tiempo. Por eso, entonces si hay que tomarse la molestia de caracterizar un cuerpo, una habitación y la composición de personajes que habitan en uno.

Le gusta el olor a vainilla, se ha negado rotundamente al de moras (quizás por una mala experiencia).

Su lado masculino mira pezones y ombligos a detalles. No observa tanto entre las piernas. Le gustan los cuellos largos, decir palabras armadas y desarmadas. La poesía erótica. Le aburren las mujeres muy delgadas. Le gustan las manos con dedos largos, los lunares cerca de los ojos. Las mujeres de senos medianos. El dulce de lechoza, la pornografía de tríos, el ron. Vestirse de negro, peinarse de lado. Escuchar a Gainsbourg, pintar en  violeta. La falta de sexo le produce quietud. Cantar haciendo gestos teatrales. Las camas grandes y con cabecera para ver a las mujeres agarrarse de ellas o amarrarlas y mirar la curva plana que forman los senos. Leer libros de psicología, Marcel Marceau. Es agresivo y obsesivo, orgulloso, se impide llorar… 
Su Lado femenino deja las piernas abiertas a los que llevan sombreros de Bombin o gorros de invierno. A quienes se muestran difíciles y se niegan al principio, porque sabe que luego los ve pasar besando las huellas por donde ella caminó el rechazo. No sabe pintar, dibuja en blanco y negro y se hace fotos en blanco y negro de perfil y de su espalda. Su lado femenino usa tacones medianos, pantalones ajustados. Se viste de negro y rosado. Estar despeinada, para evitar momentos delatores. Le gusta lamer. Los hombres delgados con vello facial, desaliñados. Con lentes, a veces, con manos poco delicadas, de mediana estatura. Adora el surrealismo, la pornografía gay de hombres blancos, los chicos de teatro. Le gustan las camas sin cabecera, le produce temor y placer ser amarrada. Habla sola en el baño  mirando al espejo pensando que es bella. No sabe cantar, lee libros que impliquen sexo y drogas, escribe poesía sin sentido, odia las cucarachas. Le gusta el vino y le excitan los hombres que fuman, David Bowie, el café como vicio, las pastillas como alivio. Sufre por más de una enfermedad que le hace odiar salir al medio día cuando hace calor y mucho sol. La falta de sexo le produce ansiedad. Es caprichosa y llora de frustración.

¿Podría entonces unificarse? Haría falta mas espacio, mas infinito para decir quien es el que mira a través de esos ojos, quien lleva el cuerpo principal y como lo usa.  
Próximamente…

La Habitación

Bufandas brillantes. 
De alguna forma hay que comenzar. Aunque realmente lo que destaca, al abrir la puerta marrón rosa, es una cortina floreada marrón rosa (también, si) y el afiche de una mujer de espaldas, con cabello largo que muestra sus curvas morenas y unos lunares que crean incógnitas y morbosidades.  A lo lejos no son visibles. 
Las paredes parecen rotas, más bien deconstruídas por los trabajos de albañilería de los ratones nocturnos, cucarachas con martillos. Y todo aquel ruido de madrugada. 
El piso no ha sido barrido en días,  y las esquinas tienen montones de escombros disimulados. Libros de silla, libros de cama, libros en estantes, libros de suelo en montón. Una cama sin cabecera. Sexo, olor, sexo, olor a sexo. Lo mejor no es asomarse bajo la cama. A la derecha, luego de entrar, una puerta pequeña que da al baño. Todo pervertido tiene una habitación con baño, de lo contrario la abuela, o la madre, quizás la hermana con urgencia de afeitarse entre las piernas (porque esa tarde verá al novio, o a cualquiera que acaba de conocer por internet que le hizo palpitar los labios externos y los internos de… bueno…) pueden interrumpir los momentos de planes de morbosidad a aplicar. El baño tiene un charco constante de agua, el lavamanos no funciona, al menos la regadera si. A veces se necesita agua fría. Las paredes del baño son azul, las de la habitación, rosado fuerte. Tanto rosado. Los cuadros en las paredes describen El teatro de la infancia, los vicios de la adolescencia y las habilidades artísticas de adulto. 
Los vicios persisten, aun, después de la adolescencia. La tv, una computadora personal, y muchas almohadas sobre una cama individual. Retratar la habitación no es tan complejo como retratar la habitación mental. 
Próximamente….