lunes, 19 de diciembre de 2011

Lunes

"porque uno cree que el verdugo se va a rendir, a cansar..."

Si, te maté. Fue entonces cuando sonreí y salí a la calle a comer hamburguesas con el tipo que hago sudar sin tan siquiera tocarme.
Fue breve, mejor dicho, qué rápido accediste a colocar el cuello, y el punzón terriblemente oxidado parecía suplicarme que por favor lo hiciera, así como tu, así como el drama.
Ya no me importaba lo que dijera Wilde o lo que dijeras en tus poemas impecables e incomprensibles.
Te vi tan decidido a querer ser degollado, aplastado y  olvidado que no lo resistí.
Ya luego de las hamburguesas (una y la mitad de otra que dejó el tipo aquel)  me despedí y fui al encuentro de la música, con mis pantalones rotos. 
Le dije "hace mucho que no hago el amor" y el respondí con la misma frase. Hasta un lugar oscuro, de piso rojo, caminamos y mis caderas encima de sus muslos se insinuaban, mientras mis manos con uñas violetas acariciaban su rostro de grandes ojeras y preocupado porque lo viera alguien amigo de su mujer.
¿Qué uso podría darle al detalle del momento?, podría ocultar sus largas patillas de rockero de los 90, entre las caricias y el susurro al oído "quieres acostarte conmigo"...
Y no olvidaba tu nombre ni los días que contamos de tu venida. Pero como disfruté cuando sus manos entraron por las roturas de mi pantalón. Nervioso, con esos gestos de no querer ser descubierto por nadie más que las lámparas de colores colgadas en los árboles. Mientras sonaba algo del buen rock de los chicos de no sé que ciudad, tu descansabas en el agujero de mi mente, en la sangre del punzón, en tus libros sin dedicatoria que te llevaran a la gloria, porque después de la muerte es cundo eso sucede.

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