Sabes que a ti me refiero con estas letras.
He
perdido el tacto, la sensualidad, las bufandas en la cama, el lubricante a
medio abrir en la caja azul, el vientre indecente, la lengua sobre tus fotos.
He perdido también al que inspiraba, a sus largos días de seguimiento por
mensajes, al otro que en mas de un lugar público le metí la mano en el pantalón
para crearle una erección y luego reírme.
Sigo
contigo que estas igual de distante. Sigo mirando tus fotos, imaginado el sexo
anal que me ofreces y tu apatía por no ser poseído, y tu afán de hacerme tuya
bajo el pretexto de que se necesita el cuerpo tanto como el espíritu, (de estas
mierdas tenemos suficientes cuerpos y pocos espíritus).
Si me dejaras enfrentarte, soportaría el ardor de
las llagas, soportaría el sangramiento y el dolor, caminaría arrastrando los
pies; pero me dejaría coger más veces de las que puedas tolerar, te haría más
sexo oral que las veces que pudieras acabar. Besaría el dolor de tu pene y
mordería tu tatuaje hasta quedar concluido.
Te
haces el indiferente. Yo pensaría más bien que tienes una erección hasta cuando
te digo sorpresivamente que me gustas mucho, tu y tus horribles ojos de
monstruo y tu tamaño incomodo para caminar (Como si eso me importara, me daría
igual si fueras del tamaño de un árbol viejo, siempre y cuando tu pene se
ajuste a mi vagina y mi lengua llegue a cualquier parte de tu piel).
Abro
las piernas, y mi vientre de porcelana a orillas de la mesa se hincha igual que
los labios vaginales y la línea de vello púbico anuncia el movimiento de los
dedos que toca de mis senos a mi clítoris. Una maldita desesperación se apodera
de mí y te dice “si, puedes ir con cualquiera con la condición de que vengas a
mi cada día a cogerme”, pero me encuentro masturbando sola. Malditas consideraciones,
como si cualquiera no podría hacerlo, me sostengo en capricho contigo y tu gran
nariz en la oscuridad. –Ésta podría hacer alguna función mientras tu lengua
hace otra, sólo imagina-.
Si
pasaras por esta habitación, sabrías que no tengo condiciones más que la de tu
pene en mi ano, ya que mi inservible libido vaginal se quiebra como barro seco.
Después
de todo, nos caemos a patadas como imbéciles atemorizados del sufrimiento.
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