Yo, retorcida entre la divina babosidad de su boca abierta
tragando el dulce vaginal absorbido a través de su lengua. Sus tentáculos se esparcían
entre mis costados, cuello, boca y ano. Provocaba cierto miedo morboso en mi mente que llegaba a una
especie de estado total de plenitud que fluía como falta de respiración a
través de todos los agujeros del cuerpo. Me poseía de manera casi bizarra. Mi
ombligo era partícipe de todo aquello –de las miradas, las penetraciones, las
lamidas- y el lunar de mi espalda también. La rebelión de sus piernas y pelvis
perseverantes en destrozar mis caderas. ¡Y me gustaba!, ¡Me gustaba
abiertamente, me gustaba dolorosamente!.
No era más que la roca de fricción de su miembro desfilando
bajo el placer de soltar su cinturón para penetrar aun cuando me observaba
abrir la puerta del closet (…) Una nota mental que aún no he podido superar
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